¿QUIEREN SABER POR QUÉ LA XENOFOBIA ES TAN POPULAR Y TAN INEFICAZ?
- Gonzalo Santos

- 22 ene
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Actualizado: 23 ene
En el artículo “La xenofobia no es racional, pero es muy tranquilizadora” (en inglés) podemos apreciar hasta qué grado la xenofobia conlleva grandes recompensas psicológicas no sólo entre los estratos privilegiados de una sociedad como la estadounidense, sino incluso entre las clases sociales subordinadas y los grupos étnicos discriminados, que sufren de la opresión y la explotación. ¡Hay alguien incluso inferior a ellos de quién sentirse superior y a quien culpar de todos los males!
La solidaridad y la fraternidad humanas -promovidas por todas las verdaderas religiones mundiales e ideologías de liberación- son el antídoto. Ha sido una larga historia de lucha en trayectoria zigzag, con grandes saltos hacia adelante y hacia atrás, como la que estamos viviendo hoy.
He aquí una introducción al papel que juega la xenofobia en el mundo moderno:
En la época del capitalismo histórico, desde las revoluciones francesa y estadounidense en adelante a fines del siglo XVIII, los ideales universales de la modernidad –libertad, igualdad, fraternidad, los derechos del hombre, los derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad– coexistieron con el surgimiento de particularismos modernos, entre los que se destacan el nacionalismo, el racismo, la xenofobia, y el sexismo.
Pronto los universalismos quedaron encapsulados dentro de los confines territoriales del estado-nación y sumariamente descartados por completo en las dos esferas privadas que se volvieron sacrosantas: la propiedad privada de los medios de producción y la esfera privada de la familia. La afirmación del poder absoluto de gestión y propiedad dentro de la empresa capitalista frente a los trabajadores, y el estricto patriarcado dentro de la familia frente a las mujeres y los niños, condujeron a la codificación legal dentro de cada estado-nación industrial moderno de todas las formas de explotación económica clasista, racista y sexista, subordinación social y exclusión política.
Los movimientos sociales que surgieron en oleadas sucesivas y en diferentes zonas del sistema-mundo capitalista moderno durante los últimos 250 años apuntaron precisamente a expandir el dominio y las esferas de los derechos sociales a lo largo de los valores universales proclamados en los albores de la modernidad, para hacerlos realidad y consagrarlos en la ley.
El objetivo de los movimientos de liberación nacional era la descolonización y la independencia de los pueblos oprimidos. El objetivo de los movimientos obreros era la elevación de los derechos de los trabajadores - su rama revolucionaria socialista apuntaba directamente al derrocamiento de las relaciones capitalistas y la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y, eventualmente, de todas las clases sociales. El objetivo de los movimientos abolicionistas era la abolición de la esclavitud y la elevación de los antiguos esclavos y de todas las personas de color a la ciudadanía plena e igualitaria. El objetivo del movimiento de mujeres en su primera oleada era obtener el derecho al voto, en la segunda ola alcanzar la igualdad plena con los hombres. Un derivado de este movimiento ha sido el movimiento LGBTQ, con objetivos similares. Finalmente, el objetivo de los movimientos ambientalistas ha sido extender a la Tierra y a todos los seres vivos que la componen los mismos derechos universales a la vida y a la preservación que tienen los humanos.
En contra de todos estos movimientos y de todas estas demandas de expansión del contrato social en cualquier época dada han estado las fuerzas del poder tradicional, la riqueza y el estatus: las clases propietarias, las iglesias dominantes, las potencias imperialistas, etc.
Esa ha sido la historia social y política del mundo moderno. La xenofobia, el racismo y el sexismo siempre han sido movilizados para defender el estatus quo desigual, a veces uno gana la partida sobre el otro. A veces todos son rechazados. Así es como en la década de 1960 las principales luchas giraron en torno al racismo y la abolición del apartheid estadounidense, de donde surgieron los demás movimientos: el de las mujeres, el de los homosexuales, el del medio ambiente, etc. Pronto se beneficiaron los derechos de los inmigrantes, con la aprobación de una reforma migratoria liberal en 1965.
He aquí la idea crucial: la tendencia secular y de largo plazo de toda esta historia de luchas en zigzag para contener o expandir el contrato social a lo largo de las líneas de los valores universales modernos que proclamamos y profesamos ha sido netamente positiva. Los márgenes de privilegios y desigualdades se han reducido –no lo suficiente, no completamente, y enfrentando constantes contraataques y reacciones, pero “el arco del universo moral se inclina hacia la justicia”, como le gustaba decir a MLK.
Estamos en medio de una gran reacción hoy. Durante las últimas tres décadas, la xenofobia ha adquirido el papel más prominente y virulento como el principal escenario de conflicto y lucha sociales en los Estados Unidos posteriores a la Guerra Fría. Las fuerzas del poder, la riqueza y el estatus se han alineado en gran medida detrás del Proyecto MAGA liderado por Donald Trump, hoy indiscutiblemente triunfante y dominante en las tres ramas del gobierno federal y en una plétora de estados republicanos.
Esto ha llevado al surgimiento del Movimiento Moderno por los Derechos de los Inmigrantes (MMDI), que se originó en California a mediados de la década de 1990 y luego irrumpió en el escenario nacional en 2006, con la movilización histórica de millones de inmigrantes que exigían sus derechos sociales de inclusión y dignidad.
Aunque sus movilizaciones masivas entraron en remisión después de 2014, dadas las traiciones sufridas a manos del duopolio de Washington, y sus muchas batallas legales defensivas produjeron algunos resultados positivos y muchos más negativos, el MMDI inevitablemente regresará a las acciones colectivas masivas de resistencia y rebelión social dentro de los EE. UU. en el periodo actual bajo Trump 2.0, con más autonomía y militancia, ya sin dejarse cooptar por la dinámica política del duopolio hoy día tan desacreditada.
De hecho, si se amplía el alcance del MMDI para abarcar las acciones colectivas transnacionales y desafiantes de los flujos entrantes de solicitantes de asilo e inmigrantes de las Américas que buscan llegar a los EE. UU., la combinación de estas dos ramas de rebelión social contra el injusto statu quo es ahora inevitable.
En cualquier momento deberá aparecer algo así como un Frente Transnacional de Resistencia Inmigrante organizado, militante y desafiante contra el régimen ultra xenófobo de Trump 2.0. Los gobiernos de los diversos estados demócratas en los EE. UU. y también los gobiernos nacionales de los países de origen y tránsito de América Latina tendrán que adoptar una postura firme en su defensa. Pero en ausencia de fuertes presiones sociales, estos gobiernos tenderán a claudicar y avasallarse a los dictados yanquis. Los propios inmigrantes tendrán que unirse y contraatacar, junto con sus aliados y en solidaridad mutua con sus luchas.
Esta es una batalla histórica y crucial por un nuevo diseño de la nueva arquitectura de integración social, económica, cultural y política para América del Norte.
En la cima, en términos geopolíticos entre los Estados, habrá resistencia contra los objetivos expansionistas y mercantilistas del régimen de Trump 2.0 y la resurrección de la odiada Doctrina Monroe. En el medio, habrá un desencanto generalizado provocado por la desestabilización y crisis económica generadas por las políticas de la administración Trump de imponer aranceles y expulsar a la fuerza laboral migrante. Y en la base, estará la creciente revuelta social contra la xenofobia de los inmigrantes y sus aliados sociales, que promueven un contrato social regional más inclusivo y equitativo que acompañe la integración económica regional en boga, pero ahora con los derechos sociales, laborales y humanos de los inmigrantes y refugiados en su centro.
La xenofobia puede estar triunfando por ahora en los Estados Unidos, pero no por mucho tiempo. Por un lado, no funcionará: las consecuencias económicas de las deportaciones masivas y los conflictos sociales que generará en el país deportador pronto se harán evidentes. Y, para sorpresa de todos, la capacidad de resistencia y desafío de los inmigrantes también se convertirá en un factor potente, similar a la capacidad de resistencia y desafío de los trabajadores en los años 30, o de los grupos étnicos en los años 60 del siglo pasado. Por otra parte, los otros aspectos nefastos del proyecto MAGA (alimentar el catastrófico cambio climático para obtener ávidos beneficios petroleros a corto plazo, exacerbar aún más las desigualdades sociales para beneficio de la insaciable plutocracia, lanzar aventuras neoimperialistas desastrosas, etc.) también resultarán contraproducentes. El populismo billonario es un espejismo, un fraude, un oxímoron.
La esperanza es que cuando la contrarrevolución MAGA sea derrotada, como sucederá, no regresemos simplemente al estatus quo ante, que en realidad permitió y dio origen al movimiento MAGA en primer lugar. El orden liberal – cimentado en los particularismos de los estados nacionales – ya no da para más en el mundo globalizado, o dividido en grandes bloques regionales, en que vivimos.
Esta vez, solo una visión transnacional de la integración continental más completa podrá resolver la crisis de gobernabilidad actual, con un contrato social compartido y extendido de los derechos sociales que consagren y garantizen los valores universales. Eso requerirá transformar y reemplazar nuestros anticuados sistemas políticos y sus categorías decimonónicas de “soberanía nacional” y “seguridad nacional” tan mal definidas, manipuladas, y anacrónicas; y lo más importante, requerirá frenar y restringir los privilegios hoy ilimitados de la plutocracia estadounidense reinante y los de sus socios.
Tendremos que idear un sentido más profundo, más extenso e inclusivo de la noción de ser pueblo a toda Norteamérica, multi y transnacional, diverso culturalmente pero con un solo destino regional compartido. Todas las ideologías pasadas y presentes de privilegio y exclusión - los particularismos del mundo moderno del nacionalismo, la xenofobia, el racismo y el sexismo - tendrán que ser superados. Las estructuras políticas tendrán que profundizar la democracia regional. Esto no resuelve el gran reto de sustituir al sistema-mundo capitalista moderno, pero sí sería dar un gran paso en esa dirección.
Las y los inmigrantes, en el andar de sus humildes familias o en su desafío abierto y colectivo, son los heraldos de este futuro, los agentes de este cambio colosal, los portadores de esta nueva visión de la condición de ser pueblo transnacional y sin fronteras. Necesitan entender y abrazar su misión histórica, consciente y orgullosamente. Merecen nuestro apoyo y solidaridad incondicionales. Su ejemplo de lucha humilde pero justa, inquebrantable y perseverante ante tanto odio y persecución como el que vemos hoy debería inspirarnos a abandonar nuestro letargo y estupor ante la actual victoria del trumpismo MAGA, sacudirnos la pasividad y el derrotismo, y enfrentarlo nosotros también, desde nuestras propias trincheras sociales, en defensa de nuestros propios derechos sociales y dignidad humana.
Ahí se los dejo de tarea.
¡Juntos sí se puede!



